viernes, 4 de abril de 2008

Fealdad exclusiva (Cuento)

Desde su ingreso al jardín de infantes, Mariela se había destacado por ser las más fea de todos los cursos escolares por los que había pasado.
Había llegado al cuarto año de la secundaria, y la fealdad que en los primeros años de estudio había sido un suplicio, debido a las crueles bromas de sus compañeros, se había convertido en un motivo de orgullo para ella, ya que esa misma fealdad la había convertido en simpático centro de atención de sus camaradas, llegando a ser la más cuidada y la más querida del grupo.
Pero este cuarto año se proyectaba diferente en la mente de Mariela: un grupo de chicas igualmente feas había ingresado al curso. Sintiendo que perdía protagonismo, hizo todo lo posible por afearse aun más. Se cortó el cabello muy corto y desparejo, mantuvo su cuerpo y su ropa lo más sucios que podía soportar, y adelgazó hasta convertirse en un esqueleto ambulante.
Pero estas tácticas no dieron resultado, las bromas y el cariño de sus compañeros se repartían irremediablemente entre todas las feas por igual. Para colmo, había una compañera, María Sol, del grupo de las bonitas, que sintiendo lástima por ellas se empeñaba en reunirlas en una especie de clan, y las elogiaba para que se sintieran lindas como las demás. Las feas adoptaron enseguida a María Sol como líder, pero Mariela la odiaba. Ella no quería sentirse linda, quería ser la única fea, la más querida del grupo por ese motivo, como siempre.
Un sábado de junio, invitó a todas las feas y a María Sol a pasar el fin de semana en su casa. Todas concurrieron halagadas. Durante todo ese sábado, compartieron juegos, oyeron música juntas, bailaron, se contaron sus más íntimos secretos. Mariela pudo comprobar algo que intuía: la mayoría de las chicas, a diferencia de ella, eran muy fumadoras, sobre todo María Sol. Se sintió feliz por esta comprobación, indispensable para llevar a cabo su plan. Luego de cenar en compañía de los padres de Mariela, y cuando éstos se retiraron a dormir, las chicas decidieron quedarse a conversar en la cocina. Mariela hizo café, y el resto propuso comprar galletitas dulces para compartir. Reunieron dinero entre todas, y Mariela sintió que había llegado su momento. Dijo saber de una despensa que no cerraba hasta muy tarde y se ofreció a ir a comprar.
Salió a la calle, y deteniéndose un instante en el umbral, aspiró profundamente absorbiendo el fresco aire de la noche.
Sus compañeras, mientras tanto, continuaban chismoseando alegremente en la cocina. Unos veinte minutos después, María Sol propuso fumar y convidó cigarrillos a todas, y sacó su encendedor para ofrecer fuego.
En ese mismo momento, Mariela, ya alejada varias cuadras de su casa, caminaba repasando mentalmente si no se había olvidado de abrir alguna de las llaves de gas de la cocina. Desde su casa llegó la confirmación bajo la forma de una tremenda explosión. Apenas tuvo un recuerdo triste para sus padres, pero se contentó sabiendo que habían muerto mientras dormían, sin sufrimiento.
A partir de ese día, Mariela volvió a ser la más querida y popular entre sus compañeros, tanto como odiaron a aquel grupo de feas y a María Sol, por haber sido responsables, con su imprudencia, de dejar huérfana a Mariela.

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