Abrió los ojos y una rara sensación lo invadió instantáneamente. Hizo tremendos esfuerzos por recordar qué había sucedido, tratando de traer algo a su mente vacía. Poco a poco fue tomando conciencia, fue recordando. Se había muerto, lo estaban operando de un tumor cerebral y se había muerto en el quirófano. Al recordar esto, se extrañó de no sentir ningún dolor en la cabeza, habían desaparecido esos dolores que lo volvían loco y que lo habían llevado a realizar una consulta médica. Los médicos le dijeron que tenía un tumor cerebral, que tendrían que operarlo de urgencia, y al día siguiente estaba en el quirófano. Y se había muerto allí.
Trató de identificar el lugar donde se encontraba. Notó que estaba acostado y sintió un gusto particular en la boca, gusto a tierra húmeda. Evidentemente, lo habían enterrado. Pensó con amargura que no estaba en un ataúd, sin dudas una idea de su detestable esposa, que ni siquiera le permitió una última morada digna.
Intentó incorporarse, y le sorprendió la facilidad conque podía hacerlo. Se deslizó hasta asomar la cabeza fuera, y se encontró con una noche plácida, un cielo plagado de estrellas y una suave brisa que benefició su rostro. Con poco esfuerzo sacó el resto de su cuerpo de la tumba y se quedó tendido en el suelo, que ostentaba en toda su superficie unas extrañas plantas del tamaño de arbustos, conformadas por unas hojas delgadas todas, exactamente iguales.
De pronto sintió pasos, y divisó a lo lejos las siluetas de dos hombres que se acercaban conversando animadamente. Se sintió invadido por una inmensa felicidad ante la inminencia de estar nuevamente en contacto con la humanidad, luego de la pesadilla de la que acababa de despertar. Intentó llamar la atención de los hombres, pero fue incapaz de articular palabra alguna, sólo un extraño chillido, apenas audible, salió de su boca. Volvió a intentarlo una y otra vez, pero inútilmente. Los hombres ya estaban muy cerca de él, y entonces creyó que una nueva pesadilla comenzaba, porque aquellos dos sujetos eran enormes, de una altura superior a los veinte metros, y para colmo no parecían verlo. Volvió a intentar llamarles la atención, sin conseguir hablar ni gritar, solamente articulando ese tonto chillido.
Recién comprendió cuando era demasiado tarde, la suela de la bota de uno de aquellos hombres se inclinaba hacia él como una enorme pared derrumbándose. Miró desesperadamente a su alrededor y entonces vio su cuerpo, y comprendió. Aquellos hombres tenían una altura normal, los arbustos de hojas iguales eran pasto, y él había muerto. Sí, había muerto y reencarnado... en una hormiga.
viernes, 4 de abril de 2008
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