viernes, 4 de abril de 2008

Triste vejez (Cuento)

Era un viejo actor de segunda que siempre había vivido tratando de destacarse. Claro, le faltaba lo más importante: el talento. Entonces vendió su alma al diablo, pero tratando al mismo tiempo de quedar bien con Dios.
Se convirtió en el soplón de los poderosos que podían servir a sus fines, y no reparó en los medios para complacerlos.Así, finalmente logró su objetivo: fue convocado para actuar, y de protagonista. Justamente él, que había sido echado por incapaz de más de un lugar; justamente él, al que ninguno de sus colegas quería, por haber sido víctimas cada uno de ellos de sus intrigas.
Creyó haber tocado el cielo con las manos; por fin podría vanagloriarse de algo delante de su familia, que jamás lo había tomado en cuenta, y lo menospreciaba permanentemente.
Pero el talento seguía faltando, y no podía componer personajes, salvo aquellos que tenían que ver con su propia personalidad: un viejo dominado, un falso o un represor. Los poderosos ya no sabían qué hacer con él, pero se sentían comprometidos por los favores recibidos. No era para menos: él les había entregado en bandeja de plata las cabezas de los humildes que necesitaban trabajar, para que hicieran con ellas lo que más les conviniese.
Mientras tanto, se vanagloriaba de sus dotes de moral ante sus amistades sin comprender que, poco a poco, se iban dando cuenta de la realidad.
Finalmente se fue quedando solo, sus amigos se alejaron de él, a los poderosos ya no les fue útil, su familia tomó otros rumbos, y un día murió. Solo, sin un reconocimiento, ni el más pequeño.Cuando encontraron su cadáver, en la cama matrimonial que hacía años no podía compartir, lo único que había a su lado era un libro de Mussolini, su héroe sin alma, a quien siempre había admirado, y al que nunca pudo imitar, ni siquiera en lo malo.

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